Villa
Lugano perdió el color. Se puede apreciar a simple vista si se camina por la
zona del parque de la ciudad, por la estación de tren, o las cercanías de la
escuela de artes Lola Mora. El barrio ya no es el mismo de antes, de a poco se
fue consolidando un proyecto para quitarle la esencia.
La
estación de tren es el icono luganense inconfundible. Es punto de encuentro de
amigos, comerciantes, de familias y de enamorados. Marca el comienzo y el fin
del día para laburantes del barrio que trabajan lejos y usan al tren como la
mejor forma para llegar a tiempo a su jornada. Vio crecer y pasar a tanta gente
a lo largo de estos años, pero ahora está completamente pintada de gris, como
si le hubiesen quitado su identidad.
“El Rapi fue un profesor espectacular, muy detallista y dedicado siempre al fileteado. Me dijo que hizo el mural pensando en un homenaje a la llegada del ferrocarril. Es una lástima que lo hayan tapado” “Si la viera se muere de vuelta, con todo el esfuerzo que le puso, el no hubiera permitido esto” se lamentó mi mamá con un poco de nostalgia en sus ojos. Ella concurría a los talleres que daba en el CEPNA, el centro cultural de Lugano, y aún atesora en las paredes de casa algunos de los cuadros que pintó en las clases.
* * *
“Desaparecieron los murales de Hector Rapísarda. Desaparecieron la historia, el filete, la cultura luganense. En la estación donde nació Lugano es hoy todo gris. Tristeza, impotencia, identidad lastimada. Que este dolor nos levante y nos haga reunirnos para rescatar nuestra cultura” rezaba un comunicado de la Junta de Estudios Historicos de Villa Lugano y Villa Riachuelo, que con mucho esfuerzo y a pulmón impulsó una convocatoria a todos los vecinos para juntar firmas y pedir que se vuelva a pintar el mural. Sin embargo es el día de hoy que el Gobierno de la ciudad no da respuesta alguna y la estación sigue todavía esperando que alguien le devuelva la memoria.
* * *
En
2018 se avecinó otra pérdida significativa para la cultura de Villa Lugano. Esta
vez no era un mural, sino que era el mismísimo CEPNA el que estaba a punto de
desaparecer.
Recuerdo haber visto yo misma, pegado en la vidriera
de la panadería que está al lado del centro cultural, un volante que decía: “Festival todos por el CEPNA, no queremos
que nuestro centro cultural desaparezca, veni a apoyarnos con tu firma”. Debo
decir que sentí un pequeño escalofrío en ese momento, ya que también fui parte
del centro cultural cuando era niña participando inocentemente de los talleres
de dibujo que dictaba la Profe Mariana.
El
CEPNA representaba y, aun lo hace, la unión cultural entre los vecinos, las
tardes de clases de folklore y mateadas infinitas, de viejas y nuevas amistades,
de la memoria, de la hisoria. Si el centro desaparecía, entonces también lo
hacia una parte de la identidad vecinal. Por eso los vecinos intentaron
salvarlo.
Pero
aun con todo el esfuerzo del mundo el centro hoy fue relocalizado en el predio
del Lugano Tenis Club a duras penas y con un espacio físico menor al que solía
tener para desarollar sus actividades. Una vez más la cultura y la historia
fueron relegadas a un segundo plano. Pero esto no es casual: este periodo, que
coincide con la presidencia de Mauricio Macri, fue un momento oscuro para la parte cultural de
nuestro país.
Debido
a la falta de financimiento en disciplinas artísticas, el Frente de Artistas y
Trabajadores de las Culturas presentó en 2017 la Ley Federal de las
Culturas. Un proyecto para que el Gobierno Nacional destinara no menos
del 1% del presupuesto total al financiamiento de proyectos artísticos y culturales.
En
ese contexto también se presento un proyecto similar en CABA para pedirle al Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, una
distribución presupuestaria más equitativa y justa en lo que refiere a la
cultura de la Capital Federal, ya que los recursos siempre benefician a grandes
organismos o institutos oficiales.
Ese
mismo año cerró también Cine.ar Sala Arte Cinema, el cine ubicado a metros de
la estación Constitución. Ofrecía proyecciones a 15 pesos, y a mitad de precio
para jubilados, estudiantes y menores de edad, y funcionaba, por su ubicación,
como un espacio de contención para la comunidad. Su cierre se dio, cuando el
Incaa dejó sin efecto el convenio con la productora dueña del espacio y, por
tanto, suspendió el pago del alquiler y los sueldos.
También
fue en el año 2017 que Pablo Avelluto comunicó al Ballet Nacional que el
Ministerio de Cultura había decidido discontinuar el financiamiento de la
compañía.
Estaba
claro que el arte no era una prioridad, sino un mal a erradicar. Tanto lo que sucedió
con estos casos, como lo ocurrido en el CEPNA y con el mural de la estación
fueron los ejemplos vivos de que el arte era algo que poco interesaba al
gobierno de turno y sin importar cuánto intentara nuestra comunidad, se harían oídos
sordos a todos los reclamos.
* *
*
“¿Al
final que vas a hacer?”
-“Me
gustaría, pero vos sabes que no puedo”
“Pero
vos sabes hacer murales”
-“Sí,
pero este era EL mural. Además yo sé pintar, pero no sé nada de fileteado. No
puedo venir e intentar imitar eso. Me encantaría pero no me da el target”.
Lucía
es mi amiga desde la secundaria y se dedica a pintar murales en las persianas
del barrio. Cursa la Licenciatura en Artes Visuales del UNA con total éxito,
pero se siente pequeña ante una propuesta gigante que le hicieron.
En el medio de la desesperación por restablecer el mural, una persona de la junta Histórica de Lugano- Riachuelo se comunicó con ella. “Estamos buscando a alguien que quiera restaurar el mural, vimos tus trabajos y pensamos que tal vez te interesaría participar, estamos pensando en sumar a los chicos del Lola” decía el mensaje en su celular.
Lucia
se pone tensa, mueve los dedos de la mano frenéticamente porque no sabe qué
hacer. “No, no puedo” me dice “Lo que hago yo no es nada que ver a ese
mural. Además es mucha responsabilidad”. Luego contesto el mensaje y
rechazo la propuesta.
En
el fondo la entendí, si aceptaba hacer el mural, la expectativa de la junta iba
a ser enorme y si bien era una alumna brillante todavía no se sentía preparada
para manejar tanta presión. Ellos querían
restaurar lo clásico, la historia, la tradición, pero Lucía pintaba murales
excesivamente coloridos, psicodélicos, algo muy distinto a lo que la junta buscaba.
*
* *
La estación sigue aun
esperando que alguien la pinte, que le devuelva su identidad así como los
vecinos de Lugano siguen esperando que el gobierno los escuche.
De vez en cuando paso por la
estación cuando voy a comprar a Avenida Riestra y recuerdo sus paredes rosadas,
los arabescos pintados en ella, las tardes que habré pasado tomando mates con
mis amigos en los bancos frente al mural pensando que iba a ser eterno, y las
palabras que la Junta Histórica publicó en su comunicado hace algunos años
vuelven a mi cabeza: “Que este dolor nos levante y nos haga reunirnos para rescatar
nuestra cultura”
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